domingo, 26 de febrero de 2012

Algunas cosas de mi viaje a India




Ayer llegué de mi viaje a India, afortunadamente con una larga travesía que incluye tres aviones, para ir haciendo el tránsito de un mundo a otro. Casi sin darme cuenta, empiezo a hacer mi vida de nuevo, como si nada hubiera pasado; miras los que queda en el congelador, repartes los regalos, le cuentas a tu madre que el viaje era más lejos de lo que le había dicho, tomas contacto con las personas más cercanas, intentas recuperar la siesta del sábado y poco a poco voy cogiendo mi ritmo.

Por eso, en este domingo soleado de Madrid, mientras ya Gabriel se ha ido a jugar al fútbol, David y Esther duermen y la comida cuece a "fuego lento", mezclándose los olores del pollo con el del delicioso café, me he puesto a hacer éste tránsito necesario.

Mi viaje a India era "una tarea pendiente", he sido siempre muy cercana a ese país, tengo amigas indias y sabía que algún día iría a vivirlo. Y José Ramón y Rosa, me lo pusieron en bandeja encargándose de la organización. La idea era participar en un proyecto de revisión de  niños y niñas  de una escuela, situada en el medio rural, denominada Bodhi Tree, que se encuentra en Bodh Gaya.
Bodh Gaya es una pequeña ciudad, situada en el Nordeste de India, uno de los estados más pobres del país, lugar sagrado y de peregrinación  para los budistas. Allí  el joven Sidharta, procedente de Nepal,  recibió la iluminación, junto a un árbol, convirtiéndose en Buda. Hoy, en este lugar se ha levantado un templo dedicado a la oración y en la ciudad se concentran numerosos templos y monasterios representantes de países budistas.

Digo ésto porque la ciudad está marcada por esta realidad turística-religiosa-mística, que a mi me ha resultado enriquecedora y muestra de la múltiples realidades que conviven en este país, profundamente pacífico, pobre, lleno de contrastes, acogedor y agradecido.

El ir de la mano de una organización local nos permitió en poco tiempo darnos un auténtico baño de realidad. Por la mañana, y hasta las dos de la tarde, estábamos en la escuela haciendo el chequeo de los 220 niñas y niños que acuden de las zonas rurales al Bodhi Tree, criaturas, desde los cuatro años hasta los doce, que, sin zapatos la mayoría, recorren todos los días, de cuatro a seis kms para acudir a la escuela. Uniformados, con un rostro aparentemente serio, que se convierte en sonrisa ancha, cuando empiezas a mostrarles sus propias fotos o reciben uno globo.

El chequeo, con una ficha que había preparado Jose Ramon, fruto de su anterior visita, contenía los datos relevantes. Se trataba de detectar el estado general y si percibíamos problemas más serios, hacerles un seguimiento. La realidad es que, solamente unas diez personitas necesitan que su estrabismo se corrija, uno que probablemente lleve aparato y el resto, lo denominamos cariñosamente "lavar, engrasar, y jalar", necesitan limpieza, chanclas y aumentar las dosis de lentejas, aunque tienen un sistema inmunológico, que ya lo quisiéramos para nuestras familias. Como muestra, tuvimos unas anginas espectaculares, de las que ni el propio crío había dado muestras de enterarse, heridas que se cicatrizaron en dos días, fiebres que desaparecieron en 24 horas, sin dosis sucesivas de apiretal.
Con éstos niñas y niñas, por las tardes, visitábamos sus pueblos, veíamos a sus familias, sus campos de arroz, sus vacas, sus hermanos y hermanas, generalmente peor cuidados que ellos, porque eso sí, detectamos un mayor cuidado en los mayores.

Esta realidad, aparentemente dura del mundo rural, es mucho más protectora que la de los millones de personas que viven en la ciudades, una muestra de ello la  encontrada en Cálcuta. En las zonas rurales, tienen arroz, lentejas, gallinas, cerdos, verduras y todo el mundo se conoce.

Sin embargo, en nuestra visita a Cálcuta, la ciudad de la contaminación, los ruidos, la madre Teresa, los cuervos, encontramos la realidad de una urbe que concentra en torno a las vías del tren, en las aceras, en los bordes de las carreteras, miles de personas, que viven, sinceramente no sé cómo, pero en paz.
Es una ciudad en la que caminas a cualquier hora sin sentirte en peligro, la miseria huele a inciencio, la gente hace cola y pide número para enterrar a sus muertos y echarlos en el mismo río donde lavan y se lavan.

En Cálcuta estuvimos viendo las casas de la Madre Teresa, la Premio Nobel de la Paz. Ya puede darse prisa en volver, porque desde luego quienes están en sus casas están limpios, cuidados y tendrán una vida y muerte digna pero todavía  queda en la calle, mucha gente aguardando la intuición y la capacidad de organizar de ésta mujer, pequeñita, a la que  no tenía una particular devoción pero a la que hoy debo un paso más en mi crecimiento personal.

Todos los viajes enseñan infinidad de cosas, aumenta nuestro nivel de conocimiento pero creo que este tipo de experiencias a mi me enseñan, sobre todo de mi misma, de la capacidad de estar y de estar bien, viendo lo que ves, haciendo lo que te toque, escuchando las numerosas voces que dentro y fuera te dicen, quién eres y para que estás en éste mundo. Por eso, sigo pensando que la India no es lugar, como otros del llamado del Tercer Mundo, para resolver nuestros propios problemas porque te los aumenta.


Cuando salía de Cálcuta, en medio del ensordecedor ruido que llena sus calles, y cuando he llegado a Madrid, al orden y la limpieza, he dado gracias a la vida que me da tanto. Me da la posibilidad de viajar y conocer gente buena que quiere ser mejor, me permite agradecer el haber nacido aquí y que mis hij@s puedan elegir entre  carne o pescado para comer porque no soy mejor que las madres que ven morir de hambre a sus hijas e hijos, en India o en el Congo, doy gracias porque hago lo que me gusta en la vida, por tener gente que me quiere y a la que quiero. Y doy gracias porque cada vez que viajo aprendo a quejarme menos y a trabajar más por lo que creo, un mundo más igualitario, allá y aquí. Ya me uno a las manifestaciones contra los recortes, contra la corrupción y las desigualdades de este país porque quiero que la gente de India avance y que este país no retroceda.

Gracias a quienes se han ofrecido a llevarme las maletas, cada vez voy más ligera de equipaje, pero si estoy dispuesta a organizar más viajes como éste, en el que pudimos trabajar con maravillosas criaturas, meditar, ser bendecidas por el delegado del Dalai Lama, acudir a una boda india, estar con el primer ministro de la región, tomar el té con familias acogedoras, compartir con Mister India 2007 o estar frente la tumba de la Madre Teresa. Todo esto....no tiene precio ni desperdicio. Feliz día




2 comentarios:

  1. Maravilloso Nieves...¡cómo me alegro!, y sabes? yo soy muy devota (por decirlo de alguna manera) desde hace tiempo y aún cuando estaba viva de la Madre Teresa, de hecho una foto de ella preside mi habitación. No puedo imaginar tus sensaciones porque la India no es para imaginarla y si para vivirla.....supongo que tal vez haya un antes y un después de en tu alma tras este viaje.
    un fuerte abrazo con todo mi cariño.
    nieves

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    1. Gracias tocaya, efectivamente hay un antes y un después, y es para vivirla. Si tenemos ocasión te contaré mas despacio. Un besazo.

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